Con motivo de mi último ‘post’ referido al ciclismo en pista, y concretamente a los Campeonatos de España celebrados el pasado fin de semana, un seguidor, Ander, comentaba atinadamente que los fondistas cada vez pintan menos en la pista. Desgraciadamente es tan cierto como improbable es que se rectifique este error histórico de cuyas consecuencias nos lamentaremos dentro de algunos años.
Para los fondistas queda un mínimo resquicio en forma del omnium. Y estén o no de acuerdo con la reforma –que no lo están, pero no han sabido oponerse a ella poniendo una vez más en evidencia la incapacidad de los ciclistas para hacer llegar a buen puerto sus reivindicaciones-, saben que tienen que reconvertirse si quieren estar en Londres. En lo que a las féminas se refiere, Leire Olaberría no sólo se ha adaptado bien, sino muy bien. La guipuzcoana está realmente cambiada y no sólo por el maillot negro de Fullgas que ahora lleva, sino por todos los kilos que ha perdido. “Estoy con el mismo peso que tenía a los 16 años, cuando hacía atletismo”, comentaba en Diario Vasco. Por su concienciación –y porque desgraciadamente no tiene rivales en España- podría dársela ya como fija para Londres e incluso para el podio, aunque esto sean palabras mayores.
En cuanto a los hombres, está claro que ya han hecho su apuesta por esta disciplina al menos tres corredores –David Muntaner, Unai Elorriaga y Eloy Teruel-, aunque hay otros muchos que esperan a ver como se desarrollan los acontecimientos en estos dos años que faltan para la cita olímpica, o incluso en los seis meses escasos que restan para el próximo Mundial. De los tres indicados, quien lleva toda la ventaja es el balear: no sólo no ha perdido sus cualidades como persecucionista, ni como fondista, sino que además fue capaz de llevar a su selección al triunfo en la velocidad por equipos con un relevo magnífico que demuestra su adaptación a las distancias cortas.
Independientemente de los nombres, en Palma tuve la ocasión de seguir por primera vez una prueba de omnium con el formato olímpico, lo mismo que los corredores en participar en ella. Es decir, dos días de competición, con vuelta lanzada, scratch y eliminación, con esta secuencia, el primero, y con persecución, puntuación y kilómetro (500 metros), la última jornada. Independientemente de que me siga pareciendo una disciplina que no tiene el menor interés para el público –salvo el de las propias pruebas que la componen y, para los que lleven una calculadora, por el ‘arrastre’ de puntuaciones-, la prueba masculina mantuvo el interés hasta el final debida a la superioridad manifiesta de los tres medallistas finales. La femenina fue un coto cerrado para Olaberría, con el único objetivo de probarse, de luchar contra sí misma, en las pruebas cronometradas.
En todo caso, lo importante es la lectura que se hace del omnium. Tres pruebas en las que se lucha contra el cronometro, como la vuelta lanzada, la persecución (3.000 o 4.000 metros, según sexo) y el kilómetro (o 500 metros); dos en la que se compite contra los rivales (scratch y puntuación); y una como la eliminación, en la que se lucha contra la suerte, a la que se califica como lotería, que no te hace ganar pero sí perder.
Es curioso que tanto Olaberría como Muntaner, y como otros protagonistas que no se vieron recompensados, reconocieran que este omnium va a ser más duro que el anterior –el de las cinco pruebas en un solo día-. No sólo por las distancias, que son más largas, sino porque consideran que el hacerlo en dos días eleva la tensión, incluso durante la presumible noche de descanso.
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